El regreso del rey

Este es un relato épico como tantos otros: su protagonista es un rey que se verá forzado a enfrentarse, para cumplir su destino, con una serie de monstruos empeñados en devorarlo; sin embargo, la historia no tendrá el lujo imaginativo de la fantasía heroica de Tolkien ni alcanzará jamás el brillo de los efectos especiales de Hollywood. Todos los locos que pescamos con muñequitos conocemos algunos reyes de este tipo y no necesitamos ningún despliegue de artificios para que nos hagan volar la imaginación. Esos reyes pequeños como para caber en la palma de una mano ya se han ganado nuestro cariño, nuestra admiración y nuestro respeto a fuerza de estar cubiertos de esas cicatrices que los hacen destacarse en la caja de señuelos y más aún en nuestra memoria. La historia de este rey empieza, o mejor dicho, termina, por ahora, así:

“La pesqué, la pesqué, ésta no se me escapó”, me anuncia a los gritos la vocecita aguda de Alfonsina, la hija de nueve años de mi amigo Mauricio, a la que entre los dos acabamos de explicarle cómo pescar con muñequitos. Giro la cabeza mientras termino de recoger el señuelo que lancé hace unos segundos y la observo: está radiante de felicidad, su rostro son dos brillos en los ojos y el resto pura sonrisa. “Agarrala vos y desenganchala, a mí me da cosa”, me pide. Le paso el celular al padre para que tome fotos del momento y después dejo mi caña en el suelo. Saco de un bolsillo del chaleco la pinza y me agacho en el barro de la orilla junto a la tararira que la nena acaba de pescar. Con la mano izquierda sostengo la tararira contra el piso y con la derecha manipulo la pinza hasta que consigo desenganchar los triples del señuelo. Después le alcanzo la tararira a la nena para que se saque la foto. No puedo dejar de sonreír yo también. Y no sólo por el natural contagio de la alegría de la nena, sino además por algo que ella no conoce: con esa captura le ha añadido un capítulo más a la historia del muñe que acabo de desenganchar, un Shiner King 90 azul y plata con rayas negras, un señuelo que alguna vez fue mío y que de esta manera ha concretado su regreso como el auténtico rey que es ya desde su nombre.

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Ése es el final momentáneo de la historia, pero para que tenga sentido debo retroceder en el tiempo.

Todo comenzó dos años antes, cuando mi amigo Esteban me invitó a pescar dorados aprovechando la invasión de cabezones del verano de 2010-2011. Me llevó a un club sobre Río Santiago en Ensenada, me dio una caña, un reel frontal y una cuchara criolla y me dijo: “Vos tirá derecho lo más lejos que puedas y al toque recogé rápido, por ahora es todo lo que tenés que hacer y algún dorado vas a clavar; después ya irás aprendiendo más”. Con la abundancia de lingotes que había esa temporada, sus palabras resultaron ciertas. Si bien las dos primeras veces que fui todos los dorados se me soltaron al primer o segundo salto, o sea que no lograba clavarlos, un poco por torpeza y otro poco porque al usar un equipo prestado pensaba que lo podía romper y no pescaba tranquilo, antes de la tercera salida me decidí y me compré una caña de spinning y mi primer señuelo: el Shiner King que mencioné antes. Mi amigo y el vendedor en la casa de pesca me recomendaron ese señuelo como el ideal para un principiante porque era muy pescador, fácil de usar y además económico. Lo cierto es que a mí, en ese momento, me resultaba carísimo: tirar al agua el valor de un kilo de asado, en vez de una lombriz o una mojarra, me parecía un disparate, pero claro, mi amigo Esteban tenía en su caja unos cuantos señuelos y pescaba varios dorados por salida mientras que yo me quedaba siempre con las ganas, así que lo compré igual. Quería uno rojo y blanco, pero como era el de mayor venta, no tenían más. Observé los muñes colgando en la pared del local y el azul y plata enseguida llamó mi atención, fue amor a primera vista: yo fui su primera captura, me sedujo con el encanto de la realeza.

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La verdad es que no sé muy bien por qué me gustó, de hecho recuerdo haber pensado que los colores le jugaban en contra por no ser realistas (como típico principiante creía que los señuelos debían parecerse a lo que come el pez) y encima mi amigo me recomendó uno de otro color, pero a pesar de eso yo no tuve dudas, quería ése y me lo llevé conmigo. Completé el equipo con el reel de un combo para pejes que me había comprado el invierno anterior y que apenas había usado una única vez sin pescar ni un peje, sólo unos bagres, y entonces sí, ya con mis propios elementos, al fin pude lograr la captura de mi primer dorado en la siguiente salida.

El momento tuvo magia, fue un debut soñado, porque se dio en un marco rico en detalles: llegamos al amanecer de un día húmedo con bancos de bruma sobre el agua, armé el equipo con rapidez y al primer tiro, ni bien el señuelo nuevo quebró la calma superficie del agua, un dorado lo atacó y le pegué el cañazo con la confianza que me daba el hecho de que el equipo fuera mío. Tras varios saltos, que sufrí porque en cada uno pensé que el dorado se me escapaba, logré arrimar el lingote a la costa y sacarlo del agua. Era un ejemplar de un kilo, nada espectacular, pero para mí era soberbio, primero porque en las salidas anteriores había perdido unos diez como mínimo, y segundo porque toda mi experiencia previa como pescador se reducía a unas cuantas mojarras, varios bagres, dos anguilas, una carpa y una boga, así que el doradillo de kilo era de lejos la mejor captura de mi vida hasta ese momento. Como no teníamos cámara lo devolvimos sin sacarle ninguna foto. La verdad que no me hace falta la imagen: el momento del pique y del salto que me permitió observar a ese dorado que se estaba convirtiendo en mi primera captura como señuelero está marcado a fuego en mi memoria. Luego he tenido muchos piques mejores porque el pez era más grande y peleador y sin embargo no los recuerdo con tanta precisión como el de ese primer dorado.

Una de las cosas que se aprende al estudiar literatura, es que la infancia de los héroes épicos siempre consta de algún episodio en el cual el futuro campeón ya muestra de qué está hecho; mi Shiner King azul y plata, como buen héroe épico, supo salir victorioso de esa primera hazaña juvenil cayendo al agua entre la bruma para ser mordido al instante. En mi memoria la escena tiene además música de fondo; sepan disculpar la obviedad de la referencia: “Humo sobre el agua” de Deep Purple suena en mi cabeza cada vez que recuerdo mi debut señuelero.

Después, a lo largo de todo ese verano, conseguí unas cuantas capturas más, siempre con la ayuda de mi Shiner King. Incluso, hubo un día en el cual gracias a ese señuelo me sentí de veras pescador porque logré clavar los dorados de mayor porte de aquella temporada: saqué al hilo dos ejemplares de unos dos kilos y medio. Al concluir el verano, el señuelo estaba bastante marcado por los mordiscones de los lingotes y a mí me parecía que ese aspecto no lo desmejoraba, sino todo lo contrario: cada rayón era como un premio, como las medallas en el uniforme de un soldado.

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Con el tiempo he descubierto algo más de las marcas que ostenta un señuelo: para mí lo más llamativo es que al verlas no me provocan demasiada emoción, pero en cambio, al tocarlas, ahí sí me hacen revivir los momentos más intensos de la pesca.

La temporada siguiente ingresé a un foro de pescadores y empecé a leer e informarme. Enseguida comprendí que había mucho para aprender y que si le dedicaba tiempo y esfuerzo podía reducir el azar para optimizar los resultados de mis pescas. Fui comprando señuelos y equipos de acuerdo a los consejos de los foristas, cometí muchos errores y pregunté pavadas que luego me hicieron avergonzar, practiqué casteo y mejoré un poco, no mucho, así que empecé a sentir, por un lado, que avanzaba en el plano de los conocimientos teóricos, pero por otro me daba cuenta que en la práctica el avance no era tan notable.

Por esa época mi amigo Mauricio, que es dueño de “La Isabel”, un campo en Entre Ríos que es un verdadero paraíso, me invitó a que fuera a visitarlo y de paso pescara un poco. Había ido varias veces en años anteriores a pasar unos días de descanso, pero nunca a pescar. La verdad es que para mí el primer viaje de pesca a “La Isabel” fue como ir a un laboratorio para hacer experimentos y aprender a valerme por mí mismo, sin la ayuda de mi amigo Esteban, quien siempre me había guiado y acompañado hasta ese momento. Si bien en esa visita logré alguna captura con señuelos, lo cierto es que desperdicié la mayoría de los piques. Casi la totalidad de las capturas que conseguí fueron con carnada y además perdí un montón de muñes y líneas por torpeza y enganches.

Una tarde me llevaron a pescar embarcado en el río Uruguay, pero no nos tocó una buena jornada para los cabezones y casi no tuvimos piques; el único que tuve yo se produjo, por supuesto, con mi Shiner, luego de haber probado infructuosamente con mis demás señuelos. Al tercer salto el dorado me escupió el muñeco, así que no hubo captura, pero yo igual le sumé otra hazaña a la leyenda de este rey. La última mañana, antes de partir de “La Isabel”, decidí hacer unos tiros desde la barranca junto a la casa. El muñe elegido fue, qué duda cabe, el Shiner, dado que no creía que pudiese pescar con otro. Ahí mi ineptitud generó el momento trágico de la historia, el quiebre del reinado, la pérdida de mi muñe.

Al cuarto o quinto tiro el rey fue al agua pero el viento me enganchó la panza del nylon en la rama de un espinillo y fue imposible soltarla, así que el señuelo quedó colgando. No hubiera sido un problema grave de tener tiempo, porque para desenganchar el muñe era cuestión de meter al arroyo la canoa de mi amigo y trabajar un poco desde el agua bajo el espinillo. Como me tenía que ir enseguida para no perder el ómnibus de regreso, le mostré a Mauricio dónde había quedado el señuelo y le dije que lo desenganchara cuando pudiera y lo usara, que era mi primer muñe y se había ganado todo mi respeto a fuerza de procurarme casi todas las capturas de mi breve vida de pescador. Fue un regalo forzado pero me terminó pareciendo justo: darle ese señuelo, y no cualquier otro, era la mejor manera de expresarle mi gratitud a Mauricio por haberme invitado a pasar esos días en “La Isabel”.

Al volver a mi casa me puse a limpiar el equipo y descubrí que me sentía incómodo por la ausencia del Shiner en mi caja de señuelos. Estaba tan apegado a ese muñe que no sólo le atribuía la capacidad de pescar, sino que además lo consideraba algo así como un amuleto de buena suerte pesquera. Me da un poco de vergüenza confesar que tuve que ir enseguida a la casa de pesca a comprarme sí o sí un Shiner King del mismo color, porque sentía que sin él estaba desarmado, es más: me parecía que si no lo tenía no iba a pescar nunca más. Me daba cuenta perfectamente que se trataba de una idea ridícula e irracional, absolutamente supersticiosa, pero igual me sentía obligado a comprarlo. Es increíble la calma que me invadió cuando guardé el Shiner nuevo en mi caja.

Unos meses más tarde volví a “La Isabel” para estrenar mi equipo UL. La temporada ya estaba terminando y el pique no fue el mejor, pero aun así logré capturar con mi flamante equipo UL un doradillo, una tarucha y varias chanchitas y cabezas amargas que me hicieron sentir que todo ese tiempo de aprendizaje comenzaba a dar frutos. Mirando la caja de señuelos de Mauricio encontré el Shiner más rayado todavía de lo que yo se lo había dejado. Le pregunté qué resultados le había dado y me dijo que el muñe andaba muy bien y le había deparado varias capturas de doradillos y también alguna tararira. El rey había cambiado de manos pero seguía sumando aventuras y victorias. Me sentí orgulloso como si yo hubiese participado de alguna manera en esas pescas, como si el muñe fuera una parte de mí. Es sorprendente la intensidad del vínculo que desarrollamos con algunos señuelos, evidentemente es proporcional al placer y fanatismo con el que vivimos la pesca y por eso nuestra pasión anima lo que en verdad no es más que un objeto inerte de plástico y metal… Corrijo: nada de objetos inertes, algunos señuelos llegan a convertirse en una parte viva de nosotros que lanzamos al agua para pescar.

En esa visita a “La Isabel” llevé también mi equipo normal y el Shiner reemplazante obtuvo su primer mordiscón mientras hacía trolling en bote por el arroyo que atraviesa el campo. Enganché algún bicho grande, que me dio buena pelea sin saltar, hasta que la tensión se aflojó y terminé sacando del agua el muñe con la cola rayada y el triple de atrás abierto completamente. La dinastía entraba en decadencia: el heredero del trono no contaba con las virtudes de su antecesor y por eso el primer episodio de su historia no alcanzó la hazaña. Ese pique fallido condicionó al heredero y le otorgó un destino complicado: a los pocos días, en la que fue mi última salida de esa temporada, una tarucha ensenadense de unos dos kilos lo atacó y me lo soltó cuando ya creía que la tenía asegurada. Así como en la victoria le atribuimos mérito al señuelo, también en la derrota le echamos parte de la culpa, y de ese modo le vamos tejiendo anécdotas que le dan vida. Pero no debemos olvidar que las historias nos marcan, nos pesan, concebimos nuestro pasado con ciertas palabras y no advertimos que estamos condicionando así nuestro futuro. Ésa es otra de las cosas que se aprenden al estudiar literatura: el principio de una historia condiciona su final. Freud, que era un gran lector, supo entender eso y a partir de sus lecturas logró concebir un método para volvernos capaces de interpretar nuestras historias y poder así curarnos con nuestras propias palabras (y préstenle atención al detalle: la primera palabra que recibimos es nuestro nombre; Freud se llamaba Sigmund, palabra que en alemán se descompone en dos partes: “Sig”, que deriva de “Sieg” (triunfo, victoria), y “Mund” (boca), o sea que el tipo que inventó el psicoanálisis, un método para curar hablando, se llamaba algo así como “boca victoriosa”, a lo que hay que sumar el goce que deriva de esa victoria, dado que “Freude” quiere decir alegría; pero no hay que olvidar que murió de cáncer en la boca, así que fíjense cuánto nos pesan las palabras y de qué maneras misteriosas el comienzo condiciona el final).

Volvamos a la historia de nuestro rey, el único victorioso a pesar de los cambios de pescador. Hace tres meses regresé a “La Isabel” y ahora sí, ya con dos temporadas de experiencia señuelera acumulada, pude hacer la mejor pesca de mi vida hasta ahora. En la caja de señuelos de mi amigo Mauricio estaba el Shiner y lo saqué para fotografiarlo.

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La hija de mi amigo me vio y me preguntó: “¿Por qué le sacás una foto a mi señuelo?” Ahí me di cuenta que el rey había cambiado de manos nuevamente y esta vez había capturado a una auténtica princesa como él se merecía. Me alegré y pensé que con algo de suerte llegaría a verlo regresar al agua e incluso conseguir alguna presa. No me equivoqué. Esa misma tarde en los piletones, unas canteras abandonadas e inundadas por una conexión con el arroyo, se dio un momento de pique frenético de taruchas y Mauricio, que desde hace tiempo le viene enseñando a pescar a su hija, le dio su equipo de spinning para que ella también se diera el gusto de sacar alguna tararira. La nena eligió un señuelo muy paletudo que venía arrastrando por el fondo y le causaba más enganches que piques, por lo cual perdía mucho tiempo tironeando para destrabar el muñe en casi todos los tiros. Encima cuando una taru se le prendía, Alfonsina no tenía suficiente fuerza para clavarla bien y pelearla, así que las perdía todas mientras las traía y renegaba sin cesar. Esto ocasionó que entre Mauricio y yo la fuéramos guiando en la pelea cada vez que lograba un pique.

A fines de la temporada pasada le había enseñado a un chico a mojarrear, pero nunca antes me había visto en la situación de explicarle a alguien cómo pescar con señuelos. Fue la primera vez que lo hice y me deparó una gran satisfacción: al compartir los conocimientos básicos sentí que con esa transmisión se cerraba el primer ciclo de mi propio aprendizaje. Lo primero que le indiqué a Alfonsina fue que cambiara el señuelo por otro menos paletudo para que pudiera recoger sin dificultades. Le expliqué la relación entre el tamaño y el ángulo de la paleta y la profundización y me entendió inmediatamente, así que me hizo caso y cambió de señuelo. Yo no le dije nada, ella sola miró en la caja de su padre, ella sola eligió entre todos los señuelos y mandó al rey al agua otra vez. Y el rey no desaprovechó la oportunidad. Su dueña le permitió el retorno y él se forjó un regreso con gloria. Luego de dos piques perdidos durante la batalla, que le sirvieron a la nena de experiencia y demostración de lo que le estábamos diciendo con Mauricio (las explicaciones y consejos ayudan, pero es el alumno el que debe hacer su propia experiencia a partir de los errores), Alfonsina pudo al fin pinchar su primera tarucha y arribar así a la foto del principio de este relato.

No sé si ella desarrollará un vínculo especial con el Shiner King azul y plata como lo hice yo, sí sé que disfrutó mucho esa captura inaugural y que el esfuerzo que hizo se convirtió en alegría radiante cuando sacó del agua su primera tararira. Esa felicidad que vi brillando en sus ojos y en su sonrisa me da dos certezas: sé que ella seguirá pescando con señuelos y sé también que el rey seguirá dando batalla.

 

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9 Respuestas

  1. rodrigo dice:

    excelente nota..me encanto…y el shiner tmb lo tengo en mi caja, es un crack

  2. Aníbal dice:

    Linda historia…yo también tengo mi “primer rey” guardado con otros que ya hicieron lo suyo y que merecen ser expuestos sin correr ningún riesgo.

    Gracias por compartir.
    Abrazos.

  3. Federico Olbeyra dice:

    Gabriel me pecaste con las palabras,muy buen relato me siento identificado en la relacion que uno establece con los muñecos, no se porque algunos se nos hacen indispensables,como vos sabras para mi el Oreno de Del no solo es mi fetiche,sino es a su vez mi alter ego.
    Gran abrazo y es un placer pescar con palabras y en las verdaderas canchas con vos.

  4. MAURICIO dice:

    haces que parezca sencillo encontrar las palabras para describir, y rsumir, los diferentes sentimientos que incluyen la vivencia de lo vivido….No cualquiera puede comprender la comparación, de ser el mismo reflejo, los ojos exaltados llenos de expresión, cuando la inocencia hacia que la vida resultara feliz, con la mirada inerte de los ojos tiesos de un muñeco inanimado carente de alma. Mis respetos y agradecimientos a tu rey por unirnos de empatia . Mi orgullo es cosechar momentos así , y amigos como vos…la pesca y la caza solo son vehículos para saber quien es realmente uno mismo….. SALUD!!!

  5. Verdaderamente la cara de Alfonsina es impagable!!!!!
    Que buena historia, llena de vivencias y detalles que me han hecho pasear por esos pagos tan querenciosos.
    Un saludo y espero que sigan esas lindas pescas

  6. G.I. Ramone dice:

    Gaby QUE BUENA HISTORIA! la verdad me encanto, tiene muchos detalles muy lindos

  7. Kind dice:

    Gracias a todos por los comentarios, y en especial a vos, Mauricio, por los años de amistad.

  8. Daniel dice:

    INCREIBLE el relato Kind, poder describir con palabras ese vínculo tan especial no es nada facil, pero vos lo haces con una naturalidad y belleza sorprendente. Durante el 2012 yo también empecé a hacer mis primeras armas con los muñes, a fabricar mis primeros artesanales. Hasta ese momento toda mi vida había pescado con carnada, desde que me regalaron mi primer caña de caña con un Escualo Guazú hace 30 años atras. Pero los señuelos te muestran un costado de la pesca absolutamente distinto, apasionante. Saludos Kind y….!!! LARGA VIDA AL REY!!!!

    ildani.

  9. Matias Fonso dice:

    Yo tuve el mismo pero el berkley frenzy!! Iguales colores y fue infalible en miles de pescas… Lamentablemente en un pique lo perdí y volvió el leader de 80lbs!!! Cortado a la mitad!….

    y tambien me fue dificil el ver la caja sin el frenzy.

    lindo relato!