La pesca no deportiva
Siguiendo con esta serie de artículos que llaman a la reflexión sobre nuestra actividad es que difundimos este interesante texto escrito por Efraín Castro (también conocido como Tornillo o Pez Ácido).
Si bien refiere a la pesca con mosca nos parece que su opinión acerca del desarrollo de esta actividad resultan de sumo interés. Para leer y seguir pensado.
Que lo disfruten.
(Prefacio del libro “Pesca con mosca para los argentinos”)
“Las competencias apagan el fuego del arte.” (Francisco Goya [01])
Algunas personas pretenden darle a la pesca con mosca (ó PCM) una imagen elitista, cara, científica o complicada… “Excrement!”, diría el profesor Keating de “La Sociedad de los Poetas Muertos”. Lo que sí hay es un mundillo farandulesco que con una ignorancia de las más imperdonables insiste en darle a esta suerte de arte menor un perfil tipo “para algunos” o “exclusivo” y aborrece cualquier popularización. Todo alentado por ciertos personajes y medios de difusión para generar consumo. En esas esferas hay quienes tienen diez cañas de más de 300 dólares y van a pescar tres veces al año. Extrañas cosas de este sistema en el que el verbo “tener” a veces es más importante que “ser” o “hacer”. Pero es eso nomás [02].
Una buena caña de mosca es una buena caña de mosca y la marca poco importa. Al entrar en esto, debemos separar el “mundo de la pesca con mosca” del “mercado de la pesca con mosca”. El segundo constituye una pequeña parte del primero.
También es cierto que algunos de los primeros mosqueros argentinos pertenecían a clases sociales altas o tenían buen poder adquisitivo para viajar a pescar, aprender y comprar equipos ingleses o norteamericanos que acá ni se conocían. Entre ellos germinó buena parte de la cultura mosquera argentina que hoy se expande, ramifica y adquiere identidad, tal como en otros países. Ellos cultivaron desde los ‘50 este arte milenario, exótico y sofisticado en un ámbito místico, salvaje, con claras reglas de camaradería, técnica exquisita y lleno de truchas como cocodrilos, sobre todo en la Boca del Chimehuín, junto a un puñado de otros pescadores sin tanta plata pero con una fiebre por esas truchas recordadas hoy como una leyenda que, lamentablemente, se agiganta. Porque aquellas truchas no volverán.
La mayoría de los mosqueros argentinos somos alumnos o herederos de aquellos enfermitos que viajaban por caminos reventados de piedras, para soportar heladas y grietas en los dedos, con tal de prender alguno de esos cocodrilos con medios y equipos que ahora consideraríamos precarios. Otras fuentes de difusión menos conocidas o posteriores germinaron por Córdoba, Río Gallegos, Tierra del Fuego y Bariloche.
Hoy la realidad es muy diferente: los equipos son buenos y baratos gracias a la industria oriental y a comerciantes argentinos que comprendieron a tiempo que se podía popularizar este arte. Por otra parte, resulta que hay truchas en por lo menos 16 provincias argentinas [03], con muchos otros peces en otras provincias y hasta en el mar que pueden pescarse con mosca. Entonces descubrimos otro mundo en formación y ebullición permanente, con otros pescadores. Muchos de ellos tienen un solo equipo de mosca barato pero se la pasan pescando. La mayoría de las veces, estos hombres o mujeres viven muy cerca de un río de truchas y son los verdaderos artistas. Son los que leyeron poco, los que pescan con “la mosca verdecita” porque anda, los que hacen moscas con lo que pueden, los que no saben qué carajo es un “hackle parachute” y les suena a chino. Ellos construyen la cultura mosquera argentina pescando, porque este arte ya recorre el planeta hace casi 2.000 años generando tradiciones, técnicas, moscas y libros en cada región. Por eso para nosotros la caja de moscas de un sueco puede resultar marciana aunque pesque truchas marrones como nosotros por acá y todos seamos mosqueros.
Ahora, la PCM se instaló y evoluciona en el mejor lugar del mundo que queda para hacerlo: la Argentina. Y allí vamos a poner un pequeño acento, porque los argentinos aún tenemos lo que otros han perdido. No son muchos los lugares del mundo que quedan incontaminados, salvajes y llenos de peces. Si nos hacemos los distraídos perderemos el “recurso pesca deportiva” como tantas otras cosas que hemos perdido a manos de la ignorancia.
Y no se debería llamar “deporte” a la pesca. Y menos a la pesca con mosca que podría hasta ser un arte [04] y poco tiene que ver con la pesca “deportiva”, que mal que le pese a muchos tal vez no exista. O si existe no se trata de la pesca que tratamos aquí. Debería dejar de usarse este término “deportivo”. Por lo menos turísticamente habría que evitarlo, ya que el enfoque bajo el cuál la actividad de la pesca podrá sobrevivir debería ser recreativo, educativo y hasta artístico. Pero no deportivo. Si competimos a ver quien saca más peces y damos un auto como premio, los peces van a pagar cara nuestra codicia. Algo muy lejano a nuestra necesidad de recrearnos y hasta de cazar para alimentarnos, como ocurre en el resto de las cadenas que sostienen estos maravillosos y frágiles ríos, arroyos y lagos.
Acá hablamos de otra pesca. De una actividad casi solitaria, gratuita y contemplativa, mediante la cual principalmente entablamos una relación profunda de respeto con el ecosistema, más un ingrediente social y comercial mínimo indispensable. No al revés.
Desde que el Hombre (Homo sapiens) cultivó vegetales y crió animales para su subsistencia, la caza y la pesca fueron dejando de ser una necesidad y se transformaron de a poco en recreación, para mantener satisfecho el residuo del depredador que fuimos en nuestros antepasados. Naturalmente, el deporte queda lejos.
La llamada pesca “deportiva” se manifiestaba hasta hace muy poco en cientos de peces muertos, bañados en sangre y colgados de una ganchera como punto culminante de “La Fiesta del Dorado” [05], que para el pobre dorado (Salminus maxillosus) no era ninguna fiesta ni lo es ahora, aunque los pesquen y devuelvan. Sí lo era para todos esos Homo sapiens “deportivos” que se quejaron siempre año tras año porque había menos Salminus maxillosus cuando, justamente, una de las causas de su desaparición eran las matanzas “deportivas” que ellos mismos hacían. Cuando sacar un dorado bueno llegó a la categoría de “milagro” dejaron de matarlos en los concursos.
Las personas que participaron u organizaron esas fiestas deben saber algo importante: casi todos matamos peces alguna vez. Es entendible, sólo que se trata de una conducta social que, dada la realidad del daño al ecosistema, habría que cambiar o moderar. Como tantas otras mucho más importantes si se trata de que el planeta Tierra no se transforme en un lugar hostil de habitar para nosotros. Los cambios climáticos y catástrofes ecológicas producto de la soberbia y ambición humana cada vez más frecuentes hablan de un presente ya bastante complicado en materia ambiental. Es triste decirlo, pero las consecuencias de nuestra ignorancia ya las sufrirán personas que amamos y conocemos, como nuestros hijos y nietos.
Así que basta entonces de concursos de pesca. ¡Y menos de mosca! Ni siquiera resultan constructivos esos en los que se devuelven los peces. Atentan contra la esencia verdadera y valiosa de este pasatiempo, fomentan rencores, ocultamiento de secretos que deberían compartirse, peleas y hasta competencia desleal con trampas entre los mismos pescadores para ganar. ¡Qué lejos está todo eso del arte y de entablar un contacto profundo con la naturaleza! No hace falta realizar concursos para enseñarle a las personas a soltar los peces. Con iniciar encuentros de pescadores gran parte del atractivo de la actividad estaría asegurado. Y para cuidar los peces hay que hacer un planificado trabajo de educación en este sentido, empezando por las escuelas ribereñas, a mediano plazo los resultados serán mejores y duraderos. Porque muchos de los que sueltan peces obligados por los concursos cuando van a pescar solos matan todo.
Competir en pesca es como jugar al fútbol sin arcos, se pierde la esencia. A las truchas no se les pregunta “¿querés jugar a la pesca?”, solo vamos, invadimos su medio y las pescamos, pero no celebramos una competencia con ellas ni deberíamos hacerlo entre nosotros porque es evidente la necesidad de reconocer que la esencia de la pesca hoy debería ser otra. El deporte es competitivo, la pesca es contemplativa.
El deporte, hoy saludable, recomendable y divertido, se ha desprendido de la guerra. De competencias entre hombres y naciones que antiguamente se celebraban en campos de batalla y ganaba el que mataba a más de los contrarios. Las raíces del deporte tienen más que ver con enfrentamientos armados que con la necesidad de atrapar un animal para comerlo. Convertir en deporte a la PCM es meterla en la máquina de picar carne de este sistema voraz que reproduce bienes de consumo y confort a gran escala informándonos principalmente sobre cómo consumirlos, generando actitudes egoístas, masificadas y poco imaginativas en las personas. La PCM es un arte que en mentes inquietas incita a la creatividad y allí está su riqueza.
En esto Ud. tendrá la oportunidad de escribir páginas nuevas cada día, solo tratando de atrapar un pez con unas plumas atadas a un anzuelo, y casi nada más. Aquí podrá encontrar su medio de expresión, desarrollará habilidades nuevas y descubrirá otras que tenía ocultas. Así es como nos topamos con cajas de moscas perfectas cuya mayoría jamás tocó el agua y con otras llenas de cosas espantosas pero todas mordidas por las truchas. Allí, cada quién encontró su medio de expresión en la PCM. Ambos la practican, uno muy probablemente viva pescando, el otro va a pescar poco pero jamás se aburrirá solo en su casa. En esto el gol puede estar fabricando una buena mosca, haciendo un buen lanzamiento o descubriendo dónde hay más peces. Caminará por lugares que llenarán su alma de placer en busca de un pez y encontrará que contemplarlos se parece mucho a respetarlos.
Y vamos llegando al hueso del asunto, amigo o amiga. A través de este arte milenario llamado pesca con mosca las personas en general tienden a comprender y respetar el ecosistema.
Es común escuchar que “los mosqueros están locos porque sueltan los pescados”. Supongamos que estamos locos, pero somos unos locos que no matamos a nadie, ni a los peces. Es perfectamente posible que para fanatizarse en la PCM haya que estar loco, pero casi no importa la razón por la cuál Ud. suelta por primera vez un pescado, aunque le digan “loco”, cuando a todos los anteriores les había pegado un garrotazo en la cabeza. Allí pasa algo, no hay dudas. Hay quienes tal vez los suelten por una postura y no por un compromiso real con el ecosistema en todas sus otras actitudes. Otros para no sentir culpa. Otros porque no les gusta el pescado. Otros porque les encanta ver como salen nadando, a veces lentamente como agradeciendo, otras veces como un rayo, desapareciendo y mojándonos la cara. Pero a todos les pasó algo en su interior en el acto de respetar la vida de un pez, algo que hasta hace minutos tenía muy poca importancia. De pronto, esa vida es importante y, entonces, toda vida es importante.
He visto a personas llorar soltando un pez.
También debemos comprender que hay hambre en Argentina, más de la que muchos creen o quieren ver. Si la razón verdadera es esa, no hay discusión: mate y coma. Hay desempleo y una trucha de 4 kilos entonces tiene un valor que muchos mosqueros a veces ni pueden imaginar cuando se discute sobre cuestiones de reglamentos en las asociaciones o clubes. Corta la bocha: si hay pibes esperando ese pescado en la mesa, el reglamento de pesca es una cosa ridícula. Para muchas familias, comer arroz solo, o no, depende de como le haya ido a Papi y los hermanos más grandes con la pesca. Solo imagine sus caritas satisfechas después de terminarse una marronota de esas con las que nos sacamos fotos vanidosamente. Nada que reclamar, familia. Uno sabe.
Sin embargo, no hay excusa para una camioneta 4×4 con lancha que lleva 20 truchas muertas a bordo. Eso no es hambre, es falta de educación mezclada con codicia y egoísmo, que es mucho peor. Algo feo, feo, mi amigo o amiga y un pésimo ejemplo para nuestros niños.
El furtivismo comercial es otro palo complicado porque quien pesca para vender también lo puede hacer para alimentar a su familia, pero allí entra en juego el dinero y eso lo cambia todo. Hay también quienes matan y venden truchas para no trabajar. Podría tener solución detectando a estas personas y mediante programas de inclusión y capacitación transformarlos en trabajadores de la pesca por el lado turístico (guías, pilcheros, choferes o atadores de moscas). Hay por otra parte personas que sienten un círculo que no cierra si no se comen lo que pescan. Es entendible, sin embargo el problema es otro círculo que no va a cerrar si no cambiamos: el de nuestra propia subsistencia. La terrible depredación de la que son objeto los mares06 ya llega a niveles preocupantes y el desperdicio de alimento y recursos que implica la industria pesquera moderna es una mueca de burla a los niños hambrientos del mundo [06].
Soltar un pez no va a parar la contaminación minera de los ríos que se trata de ocultar desde el poder o el impacto ambiental de las represas, pero quizás sea una actitud disparadora de muchos otros cambios en las comunidades que necesitan de esos ríos argentinos, considerados como tesoros únicos en el planeta, para tener trabajo y mantener a sus familias a través del turismo, una actividad que dará bienestar por muchos años si es manejada en forma racional. Cuando un pescador deportivo visita su pueblo para pescar, se aloja en sus hoteles, compra en sus kioscos, come en sus restaurantes y carga nafta en sus estaciones de servicio por varios días generando ingresos que se redistribuirán en la comunidad. Todo para pescar a veces solo una de esas truchas o salmones. Encima, este tipo de pescador suelta los peces para que otros tengan la oportunidad de disfrutar de una actividad recreativa de altísima calidad.
Con la práctica de este arte milenario, muchos mosqueros soltaron peces y cambiaron un hábito que beneficia a todos, incluso a los que matan peces, porque si algunos los soltamos sin dudas ellos tendrán más peces para matar. La captura y suelta se refleja ahora en la Argentina, y desde hace un tiempo, en pescadores de otras modalidades como el Spinning y el Trolling [07], que también devuelven los peces, aunque en el caso del Trolling la tasa de mortalidad es alta. Se debería revisar el impacto de esta modalidad de pesca para los salmónidos y buscarle una alternativa, ya que actúa directamente sobre peces grandes, en muchos casos de talla trofeo, lo que baja las tallas de la población al extraerlos. Por otra parte, una cosa es ir a pescar y otra pasear en lancha disfrutando del mejor salamín picado grueso con vino tinto, música, una ecosonda y un señuelo a 20 metros abajo buscando que se enganche algo. Otra vez el arte parece estar lejos. Pero si por ejemplo hace Trolling a remo, a Ud, hasta habría que regalarle el carnet de pesca. No hay discusión, es un arte de señuelo artificial acompañado de un esfuerzo personal importante. Perdón a los amantes del trolling por estas crudas descripciones, pero no se alejan un centímetro de la realidad. Sin embargo para Uds. la buena noticia es que si son pescadores de verdad, serán capaces de empuñar una caña de mosca y llegar un poco más alto en esto de atrapar un pez con un artificial, y no es tan difícil ni complicado.
Si a Ud. le gusta pescar, seguramente quiere que haya peces en los ríos, ¿verdad? Entonces no los mate. Por muchas razones, pero tal vez la principal sea que ya hay mucha muerte en este mundo. Con este pacto entablado con ellos de soltarlos a cambio de liberar nuestro placer de cazar, tal vez no compensemos el mal momento que le hacemos pasar mientras nos divertimos. Es un pacto en el que el pez no tiene decisión ni participación al igual que en el enfoque deportivo de la pesca. Sin embargo, en el acto hay un paso positivo hacia el respeto que merecen por tratarse, nada menos, que de la pieza sin la cuál el resto de nuestra pasión pescadora no tendría sentido. Y eso es prácticamente innegable.
Tampoco debemos creernos buenos por soltar las truchas. Ser una buena persona debe reflejarse también en muchos otros aspectos de nuestras vidas. Pero hay algo de vivencia espiritual en esto de pescar y no matar. Una persona que suelta los peces en ocasiones inicia un camino que hasta le ayuda a superar problemas personales, salidas a malos momentos, rescates emocionales a través de una buena actitud. Tal vez podamos sentirlo al soltar el primero, o con el tiempo a medida que vamos respetando sus vidas, tan frágiles como las nuestras.
Siempre escuchamos que se dice “pez” cuando está vivo y “pescado” cuando está muerto. Pues parece que le hemos cambiado algo del significado a esa palabra porque cada vez hay más pescados vivos.
Y llegamos al hueso: la pesca con mosca le hace bien a las personas. Algo así como una buena terapia mediante un amplio grupo de canales recreativos y expresivos que incluyen un profundo contacto con la naturaleza, actividad artesanal, emociones, camaradería, turismo, ejercicio físico, incorporación de conocimientos sobre el ecosistema, entretenimiento, vivencias en el plano espiritual y coordinación psicomotriz. A través de este arte es posible educar a las personas en la adquisición de conductas no agresivas para el ecosistema con resultados muy positivos, rápidos e indudablemente duraderos. Y debería hacerse desde un enfoque popular, por lo tanto Ud. que está leyendo esto es parte vital e irremplazable. Olvídese de los gobiernos de cualquier color o lugar, que tienen ya bastantes problemas empezando por la desnutrición infantil y terminando por la corrupción. Si ayudan, mejor. Puede iniciar algo Ud. o trabajar con alguna Asociación de PCM si no es de esas que solo se juntan a dar cursos, discutir reglamentos y comer asados. O si es, quédese para cambiarla.
Si a Ud. le gusta enseñar y es mosquero, eduque. Forme pescadores concientes del tesoro que descansa en sus manos. Es la única que nos queda, porque por cualquier otro lado la pelea contra la ignorancia estará perdida y las truchas con todos los otros peces, animales y plantas serán conocidos por nuestros nietos en DVD o en zoológicos mientras juegan a la pesca en un Play Station o una PC. Y nuestros ríos alambrados, custodiados por perros y armas para alquilarlos a extranjeros por cifras que ya hoy, en algunos lodges privados y por seis días de pesca, equivalen 16 veces al salario mínimo mensual de los trabajadores argentinos [08]. Sí, leyó bien.
Aunque pueda haber iniciativas aisladas, es increíble que los genios administradores de nuestro sistema educativo no hayan visto aún el potencial que tiene la PCM como vehículo de educación ambiental. Debería ser de enseñanza obligatoria en escuelas de comunidades cercanas a ambientes de pesca considerados de calidad mundial, como en toda la Patagonia, tanto en Argentina como en Chile. Imaginemos lo que podría pasar en otras partes. Imagine el Paraná con comunidades de mosqueros que sueltan los peces. Se generarían de manera local pequeñas actitudes genuinas y populares en beneficio del ecosistema con grandes y duraderos resultados. Además de salida laboral y posibilidades recreativas de altísimo valor para las personas, entre una lista de beneficios que si pensamos sería larguísima. Y todo eso con muy poco amigo o amiga, con educación.
A 20 pasos de aquí, corre el increíble Limay. Estamos a unos 10 kilómetros río arriba del centro de Neuquén. Se pescan truchas hasta en la puerta de esta pequeña casa, por supuesto mucho menos que hace 20 años. Todo esto a pesar que hace unos días, como tantas otras veces anduvieron pescadores con redes y que todos los días se pesca con carnada o con cualquier cosa. Y que muy cerca río arriba se descargan los líquidos cloacales de Plottier dándole al agua un aspecto oscuro a veces. Además: lanchas, jet ski, basura, pesticidas, nylon a montones… así y todo, aún el río vive y se pescan truchas hasta en el balneario más céntrico de Neuquén, río abajo. Sólo imagine lo que sería hoy el gran río Limay al atravesar el conglomerado urbano más grande de la Patagonia si a sus niños, hace sólo 20 años, les hubieran enseñado en la escuela que la pesca con mosca es algo divertido y que a las truchas hay que liberarlas. Tendríamos un destino de pesca internacional con docenas de guías trabajando, altas posibilidades recreativas para los habitantes y movimiento económico sin dañar un ecosistema que sin dudas contiene alimento y condiciones para albergar una población de salmónidos que envidiaría el mundo. Se trata de “tail waters”, aguas abajo de una represa compensadora con estabilidad térmica y de caudal [09]. Ser testigo de la vida que florece y fluye a través de él viviendo en su costa todas las estaciones del año es una enriquecedora experiencia. Los biólogos y quienes pescan hace mucho por acá saben muy bien el potencial de este y muchos otros ríos de la Patagonia.
Podríamos disfrutarlos de una manera diferente. Comencemos por no arrojar nunca más basura, ni un papel. Nada. Tal vez terminemos soltando los peces y para comer llevaremos sandwichs. Son tan ricos como un lomo al champignon luego de una ardua caminata por el río, sentados con los pies en el agua mientras miramos a una garza haciendo lo mismo que nosotros: pescando. Sentirá que esa Garza es su respetuosa compañera aunque se coma los peces que Ud. desea pescar. Porque hace lo que debe hacer para que todo mantenga su justo equilibrio. Entonces, otro pescador nacerá dentro suyo.
Tal vez un artista.
Efrain Castro
La Herradura, costa del río Limay, Plottier.
Provincia del Neuquén. Agosto de 2006.
Llamadas:
[01] – Argentino. Campeón Mundial de Windsurf en el año 2.000.
[02] – No es lo mismo que un coleccionista, porque no todas sus cosas las adquiere con el fin de usarlas. Hay allí un interés histórico o de especialización muy respetable. Acá hablamos de tipos que sufren un consumismo desenfrenado, para ser claros.
[03] – Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Luis, Córdoba, San Juan, Mendoza, La Pampa, Buenos Aires, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.
[04] – Al llamar “arte” a la PCM no se pretende discutir si lo es o no, sino afirmar que por sus preceptos, práctica y hasta posibilidades expresivas podría serlo.
[05] – Fiesta del Dorado… y del Surubí, del Pacú, de la trucha, del Pejerrey y de cuánto bicho aniquilaron haciendo competencias. Hasta en una de esas “fiestas” (o en varias, vaya a saber) para entretener a los que no pescaban les organizaron una ¡carrera de lanchas!, algo con un impacto tremendo en el ecosistema. El Estado Argentino mediante su Secretaría de Turismo sigue apoyando este tipo de “Fiestas” en las que nos juntamos a molestar bichos en masa y chuparnos 2.000 damajuanas de vino. Nada que ver con la pesca eso señores. ¿Qué tal si uno de estos días Ud. recibe en su despacho una invitación del “Club de Tarariras Arrancadedos” en el que lo invitan a participar de la “Fiesta del Funcionario”. ¿Iría?
[06] – En particular nuestro Mar Argentino, donde una flota de 100 barcos españoles pesca langostinos y como desperdicio arroja al mar 360.000 toneladas de pescado muerto al mar.
[07] – Modalidad de pesca en la que el señuelo es arrastrado por una embarcación a motor o remo.
[08] – La semana de pesca (6 días) en la Estancia María Behety de Tierra del Fuego se está cobrando casi 8.000 dólares, es decir 40.000 pesos argentinos. El salario mínimo en la Argentina es de $2.500.- ¿No hay algo que no le cierra a Ud. y en cambio sí le está cerrando a los operadores, guías y dueños de Estancias? Ellos explotan un recurso que es de todos, cosechan todos los beneficios y ni siquiera los comparten con las comunidades ribereñas. De alguna manera esto debería cambiar.
[09] – Las más altas tasas de crecimiento en salmónidos salvajes de agua dulce se dan en las llamadas “tail waters”, aguas abajo de una represa. Arroyito es compensadora de un monstruo como el Chocón. Sin embargo, ese papel hoy lo cumple muy poco, ya que desde la privatización de las represas la generación pasó a ser prioridad y al río lo prenden y apagan como a una radio. En invierno de 2006, los pobladores costeros debimos soportar inundaciones históricas por generación de energía cuando las represas estaban muy lejos de rebalsar. No obstante, las truchas y toda la vida del Limay luchan por desenvolverse en este ecosistema tan impactado por la actividad humana.
“El deporte es competitivo, la pesca es contemplativa” me quedo con esto, muy buen articulo.
Impecable Tornillo!! un abrazo.
Excelente la nota de Tornillo, con una mirada tan amplia como inquisidora. Una mirada que se comparte o molesta. Me gustó mucho!
Dejamos a continuación las capturas de 2 debates muy interesantes que se originaron en Facebook a raíz de la publicación de este texto.
Muy interesantes todas las opiniones.
Todo pescador debería ser respetuoso con el medio ambiente y los peces. No hay que pescar crías. Pescar pequeños no deporta ninguna emoción ni satisfacción. No hay nada mejor que usar anzuelos grandes, los peces pequeños no los tragarán y se clavan mejor en la boca de los ejemplares adultos.
Sólo pescar lo que vayamos a comer. No tiene sentido estirar horas y horas una jornada de pesca cuando los peces están picando y llevarse montones de peces, ayudando a vaciar los mares.
Respetar el entorno en el que pescamos (dejarlo todo igual o mejor de lo que lo encontramos)
En cuanto al sufrimiento del pez, eso es lo de menos. Es hipócrita dejar de comer el pescado que pescamos y comernos una filete o una hamburguesa de un animal mamífero superior que ha sufrido durante toda su vida para servir de alimento y que su cría deja mayor huella ambiental de la que podamos dejar nosotros con nuestra pesca.
Para mi forma de ver la pesca de competición no tiene sentido. Lo mejor es pescar por libre, de forma relajada, sin el estrés de la competición y ser selectivo con lo que se pesca, ponernos nuestros ritmos y objetivos. Es así, a mi parecer, la mejor forma de saborear la pesca.
Excelente artículo! y me alegra haberlo encontrado justo ahora que estoy queriendo empezar a ser pescador. Saludos desde Villa Regina.