Optimista del pique

En la vida hay experiencias que dejan su huella en nosotros y nos van llevando a convertirnos en quienes somos, a veces de maneras misteriosas, que no entendemos del todo a no ser que las analicemos en profundidad, otras de forma sencilla, como las pequeñas victorias cotidianas que con su cuota de gratificación nos impulsan a perseverar en esas experiencias hasta que un día debemos reconocer que se han convertido en nuestras pasiones. Eso es lo que suele suceder con la pesca. La satisfacción que aporta cada captura nos va llevando a convertirnos en pescadores. Se trata de una satisfacción con matices personales que cada uno descubre por sí mismo y que puede expresarse tanto con una sonrisa moderada como con gritos de euforia. Pero además de esa pequeña victoria sobre el pez que constituye la captura, en la pesca hay otro tipo de victoria: las salidas con amigos o compañeros generan por lo común desafíos y rivalidades en las que el pez capturado se vuelve el aliado del pescador en su intento de vencer a otros pescadores. Es un tipo de victoria menos íntima, pero quizás más deportiva, en tanto implica una competencia entre pares, y sin dudas mucho más rica en el aspecto anecdótico. La gratificación que aporta este tipo de victoria también nos va volviendo pescadores. La historia que voy a contarles trata de una de esas victorias, es el relato de cómo la segunda tararira que pesqué en mi vida fue mi aliada para derrotar a dos mequetrefes que se burlaban de mí.

Un lunes de noviembre que justo me había tocado franco estaba mateando a la mañana y pensando cómo podía aprovechar el día, cuando a eso de las 9:30 me llamó un compañero de laburo con el que nunca antes había ido a pescar y me invitó a hacer una escapada al Samborombón junto con otro flaco más al que yo no conocía. Obviamente dije que sí y me puse a preparar mi equipo de spinning y otro para variada por las condiciones del lugar. Aquí debo hacer una aclaración: en esa época de principiante siempre pescaba con carnada y con señuelos, mezclaba las modalidades porque la captura en sí era una recompensa que me emocionaba como a un chico y no siempre me importaba cómo la conseguía; después, de a poco, el cómo se fue volviendo fundamental y entonces, a medida que iba adquiriendo más señuelos para poder pescar en diferentes escenarios y sobre todo más experiencia para saber cómo aprovechar cada señuelo, la pesca con carnada, tanto de fondo como de flote, me empezó a resultar estática y aburrida y finalmente la dejé de lado casi completamente. Hoy no soy un fundamentalista de los señuelos, soy alguien que elige pescar con señuelos, que no es lo mismo; sé que hay escenarios y circunstancias en que sólo es posible pescar con carnada, por lo que puedo adaptarme a esa modalidad; no obstante, basta que vislumbre una mínima chance con los muñes para que se imponga mi preferencia por ellos. Esta elección de los señuelos es casi una convicción íntima, claramente relacionada con mi manera de ser: si bien la vida me ha enseñado a esperar, prefiero actuar, y es evidente que en todo señuelero hay un pescador que, en vez de entregarse a la espera del pique, opta por ir a buscarlo y se lanza así a la caza del pez con una actitud dinámica que afina la observación y la puntería hasta lograr colocar en el momento justo el señuelo correcto en el lugar indicado donde ha de producirse el pique; pero además de esa actitud activa durante la pesca, en todo señuelero hay otra faceta: la del coleccionista, la del fanático que atesora esos muñequitos a los que él les atribuye la capacidad de pescar por sí mismos, y también, muchas veces, una tercera faceta: la del artesano capaz de pasar horas y horas elaborando sus propios señuelos. Esas tres facetas sumadas a algunas capturas fundamentales y a las anécdotas que las rodean, me han llevado y me llevan a elegir pescar con señuelos. Retomo el hilo de la historia. Mientras reunía mis equipos aquel día, lamenté no haber conseguido aún las ranas antiengache sobre las que tanto había leído en un foro de pesca; sin embargo, como tenía la ranita con hélice con la que había pescado mi primera tararira más unos pocos señuelos y cucharas, pensé con optimismo que quizá podría llegar a pescar mi segunda tarucha. A las 11:30 me pasaron a buscar y a las 13 estábamos llegando al río Samborombón. Lo primero que vimos fueron unos tipos pasando redes, así que nos alejamos todo lo posible con la sospecha fatídica de que habían arrasado con los peces.

Para las 16 la sospecha era certeza: no habíamos logrado ni una captura de ninguna especie tirando los tres líneas de fondo y flote con diversas carnadas; además, como se veía algo de actividad en el agua, alguna que otra cacería esporádica, yo había estado probando también con mi rana y con una cuchara giratoria tornasolada por toda la costa, en especial en una playada que parecía un lugar perfecto para las taruchas, pero no había conseguido ni un pique. Como los otros dos flacos no habían pescado nunca con señuelos, me gastaban por estar en constante actividad mientras ellos se tomaban unas cervezas y picaban un salamín con queso cómodamente sentados junto a la camioneta. Yo casteaba y casteaba y de fondo escuchaba sus gritos: “Éste es como Palermo, en vez de optimista del gol es optimista del pique”, “Dejá de tirar, nabo, y sentate a tomar una birra, que hoy no vas a sacar nada”, “Hace horas que estás lanzando esos muñequitos ridículos, si no hay pique con carnada, que es comida de verdad, ¿en serio te creés que vas a pescar algo con esas porquerías de plástico y metal?”

Más allá de la burla y de lo despectivo de la frase, hay en ella una verdad: yo en serio creía que iba a pescar, para mí era una cuestión de fe, y más después de haber pescado mi primera tarucha en una circunstancia parecida un día que no había pique. Por lo tanto, yo no les hacía caso y seguía dale que dale, probando con mis pocos señuelos en todos los lugares que me parecían aptos.

A eso de las 16:30 se me ocurrió darle una oportunidad a una cuchara ondulante que ya tenía su historia aunque yo aún no había podido pescar con ella. Resulta que hace unos años, cuando todavía no me interesaba por la pesca, hice un viaje al sur con la que hoy es mi exesposa y junto a un río correntoso me encontré tirada esta cuchara. Era tan ignorante en esa época que creí que algún pescador la habría descartado porque estaba doblada. Pensé incluso: “¿Cómo habrá hecho para doblar un fierro tan duro, se le habrá enganchado entre las piedras del fondo?”. Me pareció algo inútil pero me la guardé igual como recuerdo. ¡Lo bien que hice! El verano siguiente a mi divorcio, cuando aprendí a pescar dorados con señuelos gracias a las enseñanzas de un amigo que quería sacarme del pozo en el que me encontraba, no hubo salida de pesca en la que no probara de hacer algunos tiros con esa cuchara, pero nunca obtuve resultados con ella. Una vez le dije a mi amigo: “¿Será que es una cuchara para truchas y por eso los dorados no pican? ¿O será por el color verde?” A lo cual él me contestó: “A ver, dame a mí que la pruebo”. ¡Y al primer tiro que hizo clavó un dorado (por algo le decimos Pescamagic)!

Teniendo en mente esa historia sobre cómo la cuchara refutó en un instante cualquier opinión desfavorable, aquel día en el Samborombón decidí darle otra oportunidad y tras cuatro o cinco tiros, mientras seguía escuchando las gastadas de mis compañeros, por fin la ondulante sureña arribó al clímax de su destino y dejó mudos a los dos patanes que se burlaban de mí, cuando me vieron pegar un cañazo y una tararira saltó por el aire en medio del río. No se trataba de una tararira con actitud de dorado, sino que yo la había hecho saltar por el aire porque estaba pescando desde una barranca elevada y además le di un cañazo como para clavar un tiburón, probablemente porque al sentir el pique liberé toda la tensión acumulada durante horas de escuchar las provocaciones con las que me habían estado bombardeando.Traje la tararira junto a la orilla sin problemas porque era un ejemplar chico. En el barro costero se puso a dar saltos y coletazos como si quisiera resaltar con su furia mi victoria ante las miradas atónitas del dúo de bocones súbitamente enmudecidos. Para ese momento los dos ya estaban a mi lado y uno de ellos me dio la satisfacción de interrumpir la mudez de su asombro y expresar en voz alta lo que yo pensaba: “¡Qué bárbaro, nos cerró el orto!”

Dejé la caña y bajé la barranca con cuidado, tratando de no ir a parar al barro. Tomé la línea por el líder y saqué la tararira del agua mientras seguía dando coletazos; no era grande pero sí peleadora, lo que motivó que me costara un poco sacarle el triple. Cuando logré desengancharla, la sostuve con una mano y con la otra le arrojé el celular a uno de mis compañeros para que nos sacara la foto desde arriba de la barranca.
En ese instante la tararira se sacudió otra vez y logró escurrirse de mis manos, pero pude aferrarla de nuevo y ahí sí vino la foto trofeo, no tanto por la captura en sí, al fin y al cabo se trataba de una pieza de porte menor, sino por la circunstancia.

Después de eso mis dos compañeros reconocieron que yo tenía razón y me pidieron que les prestara algún señuelo para probar suerte. Lo hice y se pusieron a lanzar muñequitos al agua por primera vez en sus vidas usando sus cañas de variada. Por supuesto, entre que ninguno tenía experiencia y los tipejos de las redes que habían pasado antes, no pescamos más nada, ni siquiera al atardecer, y pegamos la vuelta con el último sol a eso de las 20.

Obviamente que no se trató de una gran jornada de pesca, pero la refutación de las burlas que recibí por mi optimismo con los señuelos convirtió la única captura del día en una auténtica victoria. Una satisfacción íntima que con el tiempo ha ido a formar parte de ese núcleo de experiencias que late en mi memoria y me impulsa a ser uno más de esos locos que pescan con muñequitos.

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9 Respuestas

  1. Diego dice:

    Gaby, excelente relato, doy fe de que realmente sos el Palermo de la pesca.
    Rescato por sobre todo este parrafito:

    “las pequeñas victorias cotidianas que con su cuota de gratificación nos impulsan a perseverar en esas experiencias hasta que un día debemos reconocer que se han convertido en nuestras pasiones”

    Cada salida, cada previa, cada pique errado, cada captura… son todas caricias a nuestas almas.

    Te mando un abrazo grande y felicitaciones por la historia

  2. G.I. Ramone dice:

    Gaby no puedo menos que felicitarte por este relato que transmite tantas cosas, ya lo lei varias veces porque no para de reirme en varios lugares y porque en mas de una momento me he sentido identificado

    Un abrazo

  3. Washington dice:

    Muy buen relato, me encantó como lo relataste!! Genial PALERMO!

  4. sebaheguia dice:

    Encima en el Samborombón que es más amargo… muy bueno el relato

  5. Koyote dice:

    No al fundamentalismo, si a la perseverancia. Perdido por perdido, pierdo a señuelo. Que buena historia Gabriel… Es de las que alientan, de las que inspiran al señuelero.
    Gracias!

  6. Kind dice:

    Gracias a todos por los comentarios y por dejarme robarles el tiempo de la lectura!

  7. Sergio dice:

    Que buen relato!!!!!!!!!!

  8. GUILLERMO dice:

    La verdad que cuando comencé a leer el relato de tu pesca con tu compañero de laburo y otro flaco y comenzas a narrar las mil barbaridades que solemos escuchar de nuestros compañeros y amigos de pesca, tan solo por pescar con los muñequitos como dice Richard, el Ruben, Dudy, y otros tantos compinches , me haces pensar en cada una de las salidas que tenemos con ellos y me haces decir que estos que me cargaban, ahora en sus cajas o bolsos de pesca también llevan algunos muñequitos para probar suerte. Le mando saludos a mi profe AMIGO JUAN que me enseño la técnica de la pesca con señuelos y que hace más de 30 años que pesca en esta modalidad por lo cual tiene muchos señuelos y equipos y a mi amigo NACHO que con sus 14 años ya saca dorados, chafalotes, palometas y con muy buena técnica de bait casting y hace dos años que pesca más que Pipo pescador….MUY LINDO RELATO, MUCHAS GRACIAS POR COMPARTIRLO, amigo!!!!!!!!!
    Mi próxima salida pesca la cuento YO,…jua,jua,jua…..

  9. Aníbal dice:

    Hermoso relato !!!… lo he vivido muchas veces.Me templa el espíritu la crítica y la chanza de los amigos.Y me reconforta cuando puedo demostrarles que tenía la razón . Gracias amigo por compartir tu historia. Me sumo al grupo.